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Publicado el: 04/08/2012

Más argumentos contra la universidad para todos


Por

ROBERT SAMUELSON

Retomemos el debate sobre quién debe ir a la universidad. Hace unas semanas, escribí una columna (publicada por EL DIA en la edición del 1º de junio) sosteniendo que la filosofía de “la universidad para todos” es un gran error de política educativa.

Entre sus defectos, tal como los esbocé, se encuentran los siguientes:

-Menor exigencia en los requisitos de ingreso a la universidad, excepto para las universidades de élite (en 2008, alrededor del 20 por ciento de las universidades de cuatro años tenían normas de “ingreso abierto”, es decir que prácticamente todo aquel con un diploma secundario podía entrar).

-Estándares universitarios menos exigentes (uno de los estudios que cité halló que alrededor de un tercio de los alumnos de último curso universitario no mejoró su capacidad de análisis)

-Gran derroche humano y económico: la tasas de deserción en las universidades de cuatro años es aproximadamente del 40 por ciento, y muchos de esos estudiantes quedan con grandes deudas.

-Una concentración monolítica en una carrera universitaria durante la escuela secundaria, que ignora las necesidades de la vida real de millones de estudiantes que no ingresan a la universidad o que no la terminan y quienes se beneficiarían con programas vocacionales.

DISTINTOS ARGUMENTOS

Naturalmente, esta crítica no agradó a los barones de la educación superior de EE UU. Uno de ellos -William Kirwan, canciller del Sistema Universitario de Maryland- redactó una larga refutación, que se publicó en el Washington Post, el 8 de junio.

Resumamos los argumentos de Kirwan y demostremos por qué son incorrectos.

Para comenzar, Kirwan dice que mi premisa es falsa. “Los que toman con seriedad la política educativa nunca han propuesto algo ni siquiera remotamente cercano a un 100 por ciento de asistencia universitaria o de finalización de la universidad”, escribe.

Es cierto. Pero también es irrelevante y engañoso. Es correcto que los expertos en educación pocas veces, si es que alguna vez, sugirieron que todos deben ir a la universidad. Pero han creado un clima en el que ir a la universidad es la principal o única vara para medir el éxito en la escuela secundaria. Si uno no va a la universidad, se lo considera de segunda categoría o como un fracaso. Desde el punto de vista de los estudiantes, el espíritu reinante es la universidad para todos. Y los que importan son los estudiantes, no los expertos.

Segundo, Kirwan afirma que una sociedad más avanzada tecnológicamente requiere una fuerza laboral con mayores destrezas, lo que significa más años de educación. Para Maryland, dice, “los economistas nos dicen que para 2020, el 60 por ciento de los puestos de trabajo requerirán, por lo menos, un título de dos o cuatro años”. Bueno, quizás Maryland sea drásticamente diferente del resto del país o quizás esa estadística sea cuestionable. Sea como sea, no es un reflejo de la situación norteamericana.

La Oficina de Estadísticas Laborales (BLS, siglas en inglés) estima que sólo el 20 por ciento de los puestos de trabajo de Estados Unidos requieren un título de bachiller universitario o más. Otro 10 por ciento requiere algo de educación post secundaria, como por ejemplo, un título asociado. Contra esa necesidad, Estados Unidos está ya produciendo una fuerza laboral de la cual un 30 por ciento posee un título de bachiller universitario y otro 10 por ciento, un título asociado.

He aquí las cifras detalladas de la BLS para 2010: un 3,1 por ciento de los puestos de trabajo requieren un título profesional (Derecho, Medicina) o un doctorado; un 1,4 por ciento, una maestría; un 15,5 por ciento, un bachillerato universitario; un 5,6 por ciento, un título asociado, y un 5,2 por ciento, algo de educación post-secundaria, incluyendo algo de universidad. La suma total: un 30,8 por ciento. Proyectando para 2020, la BLS concluyó que estos puestos de trabajo crecerían con mayor rapidez que los demás puestos, pero aún representarían sólo el 31,6 por ciento del total.

Finalmente, Kirwan advierte que estamos perdiendo la gran competición de la educación internacional: En el grupo de 25 a 34 años de edad, Estados Unidos cuenta con un 41 por ciento de individuos con títulos posteriores a la secundaria, lo que lo coloca en 14° lugar. Este hecho, dice Kirwan, es una fórmula para el fracaso en el actual “mundo centrado en adelantos y conectado globalmente”. Suena convincente. Pero no lo es.

VARIABLES ECONOMICAS

Las economías exitosas son el resultado de muchas fuentes, no sólo de una fuerza laboral educada, aunque ése sea un factor importante. Otras influencias esenciales son mercados flexibles, capacidad administrativa, ética laboral, políticas gubernamentales, y una cultura emprendedora. Algunas economías robustas tienen fuerzas laborales con una porción mucho menor que la de Estados Unidos de individuos con títulos universitarios: la tasa de Alemania es del 26 por ciento. Otros países con tasas más altas (Japón: 56 por ciento) se tambalean. Y otros con tasas más altas (Rusia: 55 por ciento) van bien a la zaga de Estados Unidos económicamente.

La educación vocacional es controvertida, porque puede parecer un medio para canalizar a los estudiantes de bajos recursos y de minorías a puestos peor remunerados. Se ve mal. Pero en el mundo real, muchos de esos empleos que no precisan de universidad -mecánicos de automóviles, soldadores, plomeros, maquinistas- están bien remunerados. La mentalidad de la universidad para todos discrimina contra los mismos estudiantes que pretende ayudar.

Lo que justifica la solución de Kirwan -y del presidente Obama- es una absoluta hipocresía: Enviemos más estudiantes a la universidad y proclamemos el objetivo de que un 55 ó 60 por ciento de la población posea algún tipo de título universitario, elevándolo de aproximadamente un 40 por ciento. Eso combinaría todos los defectos del actual sistema. Costaría miles de millones de dólares -dinero que no tenemos- para decepcionar a más estudiantes con títulos que no necesitan y que probablemente nunca obtendrán, mientras los llenamos de deudas que no pueden pagar.
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